Cuando los ojos miran sosegados el mundo que les rodea rastreando su arrobadora grandeza, uno se pregunta si la vida real no tendría que ser otra distinta a la que de forma distraída vivimos.
Quizá en esos instantes a esos ojos les sobrecoja un sentimiento de inmensidad y melancolía, un deseo de transformarse en ese todo que contemplan y por el cual dejen de ser un observador para pasar a ser parte fundida de un Absoluto.
Ser sólo energía que fluye armónicamente con el existir y el devenir de la Naturaleza, donde nada es mentira,
donde ser, sin más, es lo valioso y lo único que cuenta.
Convertirse en un ente ingrávido, a veces móvil, otras inerte, que empatiza con todo lo que le rodea, adaptándose a formas y colores, que aporta su energía y su luz, absorbiendo sin resistencia la que recibe del entorno.
Un ser libre y puro, sin apegos, sin cadenas, sin una mente que carcoma el espíritu por ser humana, imperfecta y defectuosa.
En ocasiones me inunda la idea de dejar de existir en este formato, sufrir una metamorfosis y convertirme en energía que recorre los universos sin rumbo fijo, pletórica de un amor total y eterno.
Au revoir